lunes, 7 de mayo de 2007

Micro

En los chinos, allá por evitamiento, cuerpo erguido, manos tendidas en los grasos tubos metálicos, al lado:
Un pequeño niño llorando y papá algo perturbado intenta tranquilizarlo.

El carro acelera y desacelera siempre en función del tráfico. Las llantas y su tracción dan la impresión de estar deslizando en alguna pista de nieve. El niño sigue llorando. Alza la mirada. Vuelve a fijarla en el padre:
En su áspera piel se dejan ver las huellas (cráteres) que dejan una varicela en una víctima acuciada al dolor sin aparente conciencia a las marcas de por vida posteriores.
Resulta que el hijo, lloroso y con aura enferma, en este momento, en este carro, padece lo que en su padre marcaría un antes y después: Sí, varicela también.
EL padre aconsejándole que duerma y que por nada del mundo se rasque. El picor es intenso y la ansiedad mayor, el gran carro azul sigue su delgada estela gris en cuyo interior un padre apuesta por la voluntad de su pequeño hijo.
*Extraído del deseo de cada padre a cada hijo, a la voluntad de la especie, a la condición humana.

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