miércoles, 14 de febrero de 2007

Cartas.



Ha leído a Baudelaire, ha leído a Coetzee, felizmente en ese orden. De uno aprendió que no todos aprecian el amor; anteriormente ya había tenido la corazonada de lo innoble que puede llegar a ser el amor, pero no hay nada como leerlo, darse cuenta que no está solo: considera a la literatura como un refugio para desolados y encontrar esas coincidencias, de ideas y sentimientos, crujen en él, llenándolo.


Del segundo comparte la idea de compartir el amor, de no reducirlo a dos personas, de la exploración y la transferencia, el enriquecimiento devenido de los amantes; sabe que esa manera de pensar elude las relaciones estables, sabe que esa idea se codea con el descaro, sabe que Coetzee lo sabe, y lo da a entender de manera magistral.


A él le encantaría vivir un sinfín de historias, sabe que su aspecto excéntrico es una ventaja, y sin embargo no lo sabe manejar, le es difícil ser como es, por la simple razón que no se acuerda como es; la historia del ser uno mismo nunca estuvo con él, cubierta desde siempre por el deseo de ser como sus héroes, probablemente queriendo ser uno él, siempre admirando, nunca admirándose.


¿Pero sería demasiado tarde acaso para tomar las riendas de su ser, su propio ser? ¿habría el tiempo suficiente como para revertir años de duda y transfigurarlos a algo más auténtico?¿o cabría la posibilidad de que el fuera así, y que todo el tiempo ha sido como es y solo tiene que esperar desarrollarse como un gran amante?


Las preguntas revolotean en su mente mientras la ansiedad devenida lo debilita aletargándolo; allá afuera ya empezó el día, quiere expresar como es y sabe como mejor le sale, la herramienta que poco dependerá de su estado o la posición de su mirada, la herramienta independiente de su aspecto, puesto que posee aspecto propio, inherente: Cartas.

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